domingo

IDEA VILARIÑO - JULIO HERRERA Y REISSIG: ESTE HOMBRE DE TAN BREVE VIDA (9)


El dramatismo del paisaje está estrechamente vinculado con los agónicos avatares de la luz. De ahí el hincapié que, salvo en unos pocos poemas, se hace en la hora. En la gran mayoría de los sonetos, en la casi totalidad -si excluimos algunos retratos y descripciones-, hay alguna indicación horaria: día o noche, mañana o tarde, crepúsculo o amanecer; cuando no gira el poema entero sobre esa circunstancia. En los más se trata del crepúsculo.

Los simbolistas habían abusado del crepúsculo sobre todo por la vaguedad en que sume voces, luces, colores y sentimientos. Aquí, en cambio, el anochecer, como en menor medida el amanecer, sirve como circunstancia creadora de repentinos o de paulatinos milagros, de sobrecogedoras instancias en el suceder, y de alguna de las más nobles e intensas imágenes.

El ocaso es a menudo -no siempre- pivote de la estructura del soneto. En los cuartetos se plantea una situación, un estado, un clima; a cualquier altura de los tercetos, aunque muy a menudo abriéndolos, se da una indicación como Anochece, o Cae la noche, o Es ya noche, indicación que es el gozne sobre el cual gira el poema para trasladar todo a otro plano, para pasar de cerca a lejos, de lejos a cerca, del paisaje a lo humano, de lo humano a los cielos, y así. Pero aun cuando no sean piezas vitales en la organización del poema, esos gloriosos cambios de luz y color, que implican, además de su transitoria maravilla, cambios de clima y cambios de actitudes vitales en la naturaleza y en los hombres, están repetidamente en esa escenografía viva como veneros de misterio, de unción, de significaciones profundas o como simples datos estéticos.

Coincidiendo o no con esa técnica, puede darse otra que consiste en instalar en los cuartetos el amplio escenario, el paisaje totalizador que abarca campos o montañas, lejanías o cielos, para enseguida ubicar en los tercetos, con fórmula impresionista, lo pequeño: el hombre, la pareja, el grupo. Con la misma frecuencia se da el movimiento inverso, detallándose en los cuartetos las escenas humanas, aldeanas, caseras, para, de pronto, en los tercetos, con un efecto de alejamiento, empequeñecerlas, ubicándolas en el Gran Todo, en el pleno atardecer, o en el pleno paisaje, dejando el conjunto perdido en la inmensidad de la noche, del universo, del alma del mundo, o envolviéndolo todo en un sentimiento panteísta.

Buscando los mismos efectos, ese vuelco o ese pasaje se hacen en otros casos a través de resortes diferentes que dan la misma idea de un momento, un instante en que se produce el trueque significativo: son los frecuentes adverbios temporales: de pronto, de súbito, en tanto, mientras. O las fórmulas del tipo de Todo duerme, Todo es paz, Todo es grave. Aunque en algunos poemas, para intensificar un efecto, o cuando se dan dos momentos tales, pueden concurrir dos de esos sintagmas, como en Ebriedad, donde se suman Es ya de noche De pronto.

En Los éxtasis de la montaña Herrera da rienda suelta a lo que no se permite manifestar en el resto de su obra: la alegría, la bonhomía, la aceptación cordial de la vida, la facilidad para la broma o la ironía afectuosa que parecen haber sido rasgos notorios de su carácter. Su amigo Miranda dice, supone, que había otro Herrera nocturno, atormentado por la amenaza de la muerte, que a veces recordaba por un instante entre una y otra sonrisa diurna. Pero nadie ha negado su jovialidad.

Y el mundo de estos sonetos es casi siempre cordial y bienqueriente. El cielo es “bondadoso”, “sin rigores”; “la tierra ofrece un ósculo de un saludo paterno”, “La noche dulcemente sonríe ante el villaje / como una buena muerte o una conciencia albina”. La entera realidad es a menudo tan alegre como a menudo parece haberlo sido el poeta. “Todo suspira y ríe”: “la risa como de leche de la conciencia blanca”, el monte que “ríe como un abuelo a la joven mañana / con los mil pliegues rústicos de su cara pastora”; “ríe la mañana de mirada amatista”, trisca el sol, una ternera rubia “baila entre la mañana”, el perro “describe coleando círculos de alegría”, pasan las “jocosas diligencias”. El colmo de la risa se alcanza en el admirable soneto La casa de la montaña:

Ríe estridentes glaucos el valle; el cielo franca
risa de azul; la autora ríe su risa fresa;
y en la era en que ríen granos de oro y turquesa,
exulta con romántico relincho una potranca…

Sangran su risa flores rojas en la barranca;
en sol y cantos ríe hasta una oscura huesa;
en el hogar del pobre ríe la limpia mesa,
y allá sobre las cumbres la eterna risa blanca…

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