CONCLUSIÓN
IV (2)
En seguida es preciso partir de ese reposo de la imaginación para recuperar motivos de pensamiento verdaderamente desanimalizado, libre de todo entrenamiento, alejado del hipnotismo de las imágenes, netamente destacado de las categorías del entendimiento, que son concreciones de prudencia espiritual, “estados fósiles de la inhibición intelectual. Así le habrá devuelto a la imaginación su función de ensayo, de riesgo, de imprudencia, de creación.
El espíritu se encuentra entonces libre para la metáfora de la metáfora. A ese concepto es al que llegamos en nuestro reciente libro sobre el Psiconaálisis del fuego. La profunda meditación de la obra de Lautréamont, ha sido emprendida por nosotros sólo como una perspectiva de un Psicoanálisis de la Vida. En el fondo, es lo mismo resistir a las imágenes del Fuego o resistir a las imágenes de la Vida. Una doctrina que resiste a las imágenes primeras, a las imágenes prefabricadas, a las imágenes enseñadas, debe resistir a las primeras metáforas. Entonces debe elegir: ¿hay que arder con el fuego, hay que romper con la vida o continuar la vida? Paras nosotros, la elección está hecha: pensamiento y poesía nuevos reclaman una ruptura y una conversión. La vida debe desear el pensamiento. Ningún valor ese esencialmente humano si no es el resultado de un renunciamiento y de una conversión. Un valor específicamente humano es siempre un valor natural convertido. Entonces el lautréamontismo como resultado de una primera dinamización, nos parece un valor para convertir, una fuerza de expansión por transformar. Hay que injertar valores intelectuales al lautréamontismo. Por ello, esos valores adquirirán un mordiente, una audacia, una prodigalidad, en suma, todo lo que hace falta para darnos la conciencia plena, la dicha de abstraer, la dicha de ser hombres.
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