sábado

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 72 - LOS CANTOS DE MALDOROR


CANTO SEGUNDO

15 (2)

El hombre se desprende del molde que su cuerpo había excavado en la arena, exprimía el agua de sus cabellos mojados, y volvía a emprender, con la frente gacha y muda, el camino de la vida. La conciencia juzga severamente nuestros pensamientos y nuestros actos más secretos, y no se equivoca. Como ella es a menudo impotente para prevenir el mal, no se cansa de acosar al hombre como si fuerza un zorro, sobre todo en la oscuridad. Ojos vengadores, que la ciencia ignorante llama meteoros, esparcen una llamarada lívida, pasan girando sobre sí mismos, y articulan palabras de misterio… que él comprende. Y entonces su almohada queda deshecha por las sacudidas de su cuerpo abrumados por el insomnio, y oye la siniestra respiración de los vagos rumores de la noche. El mismo ángel del sueño, mortalmente herido en la frente por una piedra desconocida, abandona su tarea, y se remonta hacia los cielos. Pues bien, esta vez me presento para defender al hombre, yo, el escarnecedor de todas las virtudes, yo, el que no ha podido olvidar al Creador, desde el día glorioso en que, derribando de su zócalo los anales del cielo, donde, por medio de no sé qué infames embrollos, estaban consignados su poderío y su eternidad, le apliqué mis cuatrocientas ventosas debajo de la axila hasta hacerle lanzar gritos terribles… Se transformaron en víboras al salir de su boca, y fueron a ocultarse entre las malezas, en los muros ruinosos, al acecho de día, al acecho de noche. Esos gritos, que se volvieron reptantes, dotados de innumerables anillos, con una cabeza pequeña y aplastada, y ojos pérfidos, han jurado dar caza a la inocencia humana, y cuando esta se pasea entre la mañana de los montes, o junto al respaldo de los taludes, o sobre las arenas de las dunas, no tarda en cambiar de idea. Siempre que todavía esté a tiempo, pues el hombre a veces advierte la penetración del veneno en las venas de su pierna, por una mordedura casi imperceptible, antes de que pueda retroceder y huir. Así, el Creador, conservando una admirable sangre fría, hasta en los sufrimientos más atroces, sabe extraer del propio seno de ellos, gérmenes nocivos para los habitantes de la Tierra. Cuán no sería su asombro cuando vio a Maldoror, convertido en pulpo, avanzar hacia su cuerpo ocho paras monstruosas, cada una de las cuales, sólida correa, habría podido abarcar fácilmente la circunferencia de un planeta. Tomado de sorpresa, se debatió algunos instantes contra ese brazo viscoso, que se estrechaba cada vez más… yo temía algún golpe peligroso de su parte. Tras haber sorbido abundantemente los glóbulos de su sangre sagrada, me separé bruscamente de su cuerpo majestuoso, y me escondí en una caverna que desde entonces constituyó mi morada. Después de infructuosas búsquedas, no pudo encontrarme.

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