martes

ENCUENTRO CON LA SOMBRA (El poder del lado oscuro de la naturaleza humana) - 117


SÉPTIMA PARTE

29. LA TOMA DE CONCIENCIA DE NUESTRA ESCISIÓN INTERNA (1)

Andrew Bard Schmookler

Consejero del Search Common Ground en Washington y autor de The Parable of the Tribes Out of Weakness: Healing the Wounds that Drive Us to War.

Según Scott Peck, “el principal problema del mal no estriba en el hecho de  pecar sino en nuestra negativa a admitir que pecamos”. (1) A fin de cuentas, todo lo que no afrontamos termina sorprendiéndonos desagradablemente. Por consiguiente, sólo dejaremos de estar poseídos por los demonios cuando acopiemos energía suficiente como para reconocer las imperfecciones de nuestra condición moral.

En Moby Dick, la búsqueda de la ballena blanca por parte del capitán Ahab alegoriza el camino de la guerra mientras que el cuento de Joseph Conrad, El polizón -que también trata de una embarcación y de las relaciones que mantiene su capitán con su lado oscuro- constituye, por el contrario, una alegoría del camino de la paz.

En opinión de la psicóloga junguiana Esther Harding, el cuento de Conrad es un alegato sobre la sombra. El polizón relata la historia de un extranjero desnudo -un oficial que ha matado a uno de sus hombres por haber incumplido una orden- que sube a bordo de un barco mientras su capitán está de guardia. A partir del momento en que el capitán oculta al extraño personaje, un aura de desazón e inquietud parece cernirse sobre la -hasta entonces- tranquila embarcación. En cierto momento crucial el capitán está a punto de cometer un acto tan violento como el perpetrado por su misterioso pasajero. Cuando se da cuenta de que también él podría ser un asesino -afirma Harding- se disipa la tensión que pesaba sobre la embarcación. “Entonces, y sólo entonces, el desconocido regresa al océano del que tan inexplicablemente había surgido. A partir de ese momento, el barco y su inexperto capitán emprenden su singladura de regreso empujados por vientos favorables”. (2)

Mientras creamos que todos los males residen en el exterior, nuestra nave -como la del capitán Ahab- se verá amenazada por la fatalidad. Cuando, por el contrario, nos percatamos de que la capacidad de hacer el mal también mora en nuestro interior, podremos hacer las paces con nuestra sombra y nuestro barco podrá, por fin, navegar a salvo de las adversidades.

Obviamente, la maldad y la enemistad no constituyen un asunto exclusivamente interno ya que también el exterior podemos observar su presencia. No obstante, al igual que la discordia, también la conciliación puede hacer acto de presencia en cualquier momento. La fragmentación contribuye a enloquecernos pero cualquier aproximación hacia la salud, por su parte, fomenta la creación de un orden más completo. De este modo, si queremos trascender las fronteras que dividen nuestro amenazado planeta deberemos aprestarnos a superar la escisión que anida en el mismo corazón del ser humano.

Dice un relato jasídico:

El día del Sabbath el hijo de un rabí acudió al servicio religioso de una población cercana. Al volver, su familia le preguntó: “¿Y allí hacen algo diferente a lo que hacemos nosotros?” “Sí” -respondió el hijo. “¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que has aprendido?” “Ama a tu enemigo como a ti mismo” -replicó este. “Entonces enseñan lo mismo que nosotros. ¿Porqué dices que has aprendido algo nuevo?” “Me enseñaron a amar a los enemigos internos” -replicó finalmente.

La reconciliación con nuestros enemigos internos no supone la eliminación de nuestros adversarios externos pero sí que modifica nuestra relación con ellos. Para alcanzar la paz nos veremos obligados a realizar un doloroso esfuerzo espiritual. Sólo entonces dejaremos de considerar que la maldad es algo diabólico y comenzaremos a relacionaros con ella en términos mucho más humanos. Este es, a fin de cuentas, el camino de la humildad.


Notas

(1) M. Scott Peck, People of the Lie: The Hope for Healing Human Evil  (Nueva York: Simon & Schuster, 1983); p. 69.
(2) M. Esther Handing, The “I” and the “Not-I”: An Study in the Development of Conciousness (Princeton University Press, 1965); p. 91.

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