domingo

IDEA VILARIÑO - JULIO HERRERA Y REISSIG: ESTE HOMBRE DE TAN BREVE VIDA (3)


(prólogo de POESÍA COMPLETA Y PROSA SELECTA, Biblioteca Ayacucho, 1978)

No sólo despistan sus poemas y sus cartas; también engañan algunos de sus famosos gestos que no fueron muy suyos. Como cuando, deslumbrado por la perfecta figura de desdén que componía Roberto de las Carreras, reitera no sólo sus afectaciones de dandismo sino también sus desplantes -en las que nunca igualará la soltura y el genio para la befa y el vituperio de su amigo-; de ahí sus publicitados Decretos y su carta al ministro Bachini que tardaba en darle empleo, pasatiempos satisfactorios y divertidos pero vanos porque no parecen haber salido de las paredes de la Torre hasta después de su muerte, para pasar a realzar su módica historia.

Ni siquiera explica, razona o teoriza el vuelco que lo lleva, de un día para el otro, a dejar por ahí el cadáver del romanticismo; simplemente lo deja, y comienza de nuevo, asumiendo este recomenzar como un nacimiento. Así lo cuenta en un pasaje de Lírica invernal:

“¿Queréis saber mi amistad primera? -Pues bien: fue con la muerte. Mi vocación por el arte se me reveló de un golpe frente a esa enlutada. Y también, a qué ocultarlo, mi vocación por la vida. Por esos tiempos enfermé, ignoro si en broma; mi lecho bailaba el cake-walk. La ciencia dijo: no salva, no puede salvar. Tiene un corazón absurdo, metafórico, que no es humano. Como lo oís, fatalmente desarrollado el órgano del amor… me moría… ¡cosa inaudita! Precisaron veinte médicos la hora exacta de este gran acontecimiento. La prensa se inclinó ensayando una oración de Réquiem, única vez que me embriagó de elogios, por lo que siento, en verdad, no hallarme enfermo a estas horas. Todo era lágrimas en torno mío. Enternecido, después de todo, yo también lloré mi irreparable pérdida.

“Oh, qué mañana aquella en que mi corazón, como una bestia salve, comenzó a correr hacia el jardín de Atropos.

“Paroxismal, taquicárdico, llegué en mi cabalgadura de tres patas al peristilo de la mansión fúnebre.

“Oh, ven -me dijo abriéndose de lujuria, la dama tétrica-. Yo te esperaba: ¡soy tuya!

“Pero al verla sin dientes, tan angulosa, me volví fumando un cigarrillo.

“Los médicos, al verme sano, me cumplimentaron con rencor; no se conformaban con mi mejoría. Es lógico. Yo hubiera debido morir. Eso era lo científico, lo serio. Mi resurrección, en cambio, fue lo literario, lo paradojal, lo enfermo”.

Pues bien, no. Risueña, característicamente, Herrera reorganiza sus datos; aunque le ataña tanto, le importa menos la historia misma que la eficacia de la página que está escribiendo. Su vocación había ya fatigado las revistas por un lapso de diez años -tantos como los que le quedaban por vivir-, ayudando a bien morir a nuestro infructuoso romanticismo. Pero así, jugando con su mal y con su historia, sustituye un tránsito por un nacimiento, lo que, además, ni siquiera es cierto con respecto a su nueva poesía. Porque su terrible crisis cardíaca de 1900 tampoco marca, como quiere hacer creer -y como se ha querido ver-, su segundo nacimiento de poeta. Algunos de los nuevos poemas -ya modernistas, digamos- se publicaron en La Revista, entre agosto de 1899 y julio de 1900, cuando esta fue cancelada por esa misma enfermedad.

1899 es el año clave: es el año de la salida de La Revista, de su amistad con Toribio Vidal Belo, joven y efímero poeta que parece haber decidido la actitud de Herrera frente a la poesía modernista y que le precede en el empleo de los ritmos acentuales, y de su encuentro con la extraña figura de Roberto de las Carreras, recién llegado de París con las últimas décadas de poesía francesa bajo el brazo.

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