domingo

LA TIERRA PURPÚREA (31) - GUILLERMO ENRIQUE HUDSON


VIII / MANUEL EL ZORRO (4)

“Entonces me jui a la cama. Lo primerito que me pregunté, una vez apagada la vela, jué: “¿Tendré bastantes capones gordo en mi majada pa pagar los malacaras?” Entonces pensé: “¿Cuántos capones necesitaré al precio que me ofrece ño Sebastián -un maldito tramposo, dicho sea de paso-, pa completar la suma que necesito?

“Esa era la cuestión; pero, amigos, yo no podía calcularlo. Por último, como a eso de la medianoche resolví encender la vela, tomar una espiga de maíz y desgranarla; entonces, arreglando los granos en montoncitos, cada montón del valor de un capón y contándolos después tuitos juntos, podría sacar la cuenta.

“Jué güena la idea. Estaba tanteando con la mano debajo de la almuá ande tenía los mistos pa encender la vela, cuando me acordé de repente que se había dado todo el maíz a las gallinas. “No importa -dije yo pa mis adentros-, he evitao levantarme al ñudo de la cama. Pues jué sólo ayer -dije yo, siempre pensando en el maíz- que cuando me servía la comida ña Pascuala, la cocinera, me dijo:

“Patrón, ¿cuándo va a comprar maíz pa las gallinas? ¿Cómo quiere que esté güena y sabrosa la sopa cuando no hay ni un huevo pa echarle adentro? Y ay está el gallo negro, el del dedo chueco, ¿sabe? El de la segunda cría que empolló la gallina bataraza el año pasado, a pesar de que los zorros se llevaron a lo menos tres gallinas de los mesmos matorrales ande estaban empollando… Pues, ha estado rumbiando por ay tuito el día con las alas muy cáidas como si juera a tener el moquillo, y si hay una epidemia entre las gallinas como hubo el año antepasado entre las de la vecina Gumersinda, puede estar siguro que será debido a la falta de maíz. Y lo más curioso del caso, y es la purita verdá, aunque usté no lo crea, pues la vecina Gumersinda me lo contó ayer cuando vino a pedirme un poco de perejil, porque como usté muy bien sabe, el suyo lo arrancaron los chanchos cuando dentraron en la quinta en otubre pasao; pues, siñor, ella dice que la epidemia que le mató veinte y siete gallinas de las mejores en una semana, comenzó por un gallo negro que tenía un dedo roto y que empezó como el nuestro a dejar cáir las alas como si tuviera el moquillo.”

“-¡Que todos los diablos se lleven a esta maldita mujer -grité, botando al suelo la cuchara que había estado usando- con su moquillo, la vecina Gumersinda y qué sé yo qué más! ¡Pucha! ¿Creerá vos, mujer, que no tengo otra cosa que hacer que andar galopiando por todas partes buscando maíz, sobre todo aura que no se puede conseguir ni a peso de oro, y tuito por una gallina bataraza que está enferma y puede tener el moquillo?

“-Yo no he dicho tal cosa -contestó Pascuala, levantando la voz, como hacen las mujeres-. O usté no ha parao la oreja a lo que estoy diciendo, o se hace el que no compriende. Nunca en mi vida he dicho que la gallina bataraza juera a tener el moquillo; y si es la gallina más gorda de la vecindá, debe agradecérmelo a mí, después de a la Virgen santísima, como tantas veces me lo ha dicho la vecina Gumersinda, porque nunca dejo de darle carne picada tres veces al día, y por eso es que nunca sale de la cocina, ansina es que hasta los gatos tienen miedo de dentrar a la casa, porque se les va encima como una juria. Pero usté siempre toma lo que le digo por las patas; y si dije algo de moquillo, no jué la gallina bataraza sino el gallo negro con el dedo chueco el que le dije que podía tenerlo.

“-Andá al mesmo diablo con tu gallo y tu maldita gallina bataraza! -grité yo, levantándome de repente del banco, pues había perdido la paciencia y la mujer me estaba ya volviendo loco con su cuento del gallo con el dedo chueco y de lo que le decía ña Gumersinda-. ¡Y que tuitas las maldiciones caigan sobre esa bruja que está siempre llena como un diario de las cosas de sus vecinos! ¡Ya sé la laya de perejil que viene a buscar ña Gumersinda en mi quinta! ¿No basta que vaya por todas partes dándole importancia a los versos que le canté a la hija de Montenegro cuando bailé con ella en lo del primo Teodoro después de la yerra, cuando bien sabe Dios que nunca me ha importao un pito la muchacha? ¡Podrá haberse visto nomás ánde han venido a parar las cosas, cuando ni un gallo que tiene el dedo roto puede enfermarse sin que meta su pata en ello la vecina Gumersinda!

“Jué tanto lo enojao que estaba con ña Pascuala cuando ricordaba estas y otras muchas cosas, que de güenas ganas le hubiera tirao la juente con la carne asada a la cabeza.

“Justamente en ese momento, mientras pensaba en estas cosas, me quedé dormido. A la mañana siguiente me levanté y sin calentarme más la cabeza, compré los malacaras y le pagué a Manuel lo que pedía. Porque tengo esa güena cualidá, que cuando tengo alguna duda sobre una cosa, la noche lo aclara todo, y a la mañana siguiente me levanto reposao y con mi resolución tomada.”

Aquí terminó el cuento de Anselmo sin que hubiese pronunciado ni una sola sílaba de aquellos asuntos maravillosos que empezó a contar, y temiendo que fuera a lanzarse a un nuevo tema, le dije pronto “buenas noches” y me fui a la cama.

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