jueves

ARTURO DÁVILA -´EL NEOBARROCO SIN LÁGRIMAS (15)

  
Y si hemos de salvar algún día el arco de la muerte, en forma que alguien quiera evocarnos. Aquí yace -digan en mi tumba- un hijo menor de la Palabra.
ALFONSO REYES (26)
  
Hasta aquí, hemos establecido nuestras simpatías con el legado literario de Reyes acerca de Góngora y de sus simetrías con Mallarmé. Y podemos alabar, como quiere Gutiérrez Girardot, su “diálogo elegante y cortés con los lectores” (102) y “la densa y clara sencillez que distinguió toda su obra” (104). Asimismo, aclamar la “retombée” o resonancia y la “similaridad” o “parecido en lo discontinuo” de sus ensayos sobre Góngora y Mallarmé, con la nueva estética literaria “neobarroca”. Pero me gustaría, también, establecer algunas diferencias. Quisiera problematizar, antes de concluir, esa inclinación de Reyes hacia Góngora y Mallarmé. Preguntar, por qué, un escritor mexicano que buscó siempre un equilibrio clásico en su persona y sus escritos, se apasionó por esos nombres de filiación barroca y simbolista, alejados quizás de su propia personalidad. Algo me lleva a eso. Tanto el Polifemo sin lágrimas (1961), inconcluso, como Culto a Mallarmé, (OC XXV, 1991), fueron publicados, en su concepción total, de manera póstuma. ¿Qué movió a Reyes, a ese ‘acto sin acto’, a no terminarlos? ¿Por qué resultaron intentos frustrados, inconclusos? El primero iba dirigido al mayor gongorista de España, con la siguiente dedicatoria:
  
A DÁMASO ALONSO,
maestro de toda exégesis y erudición gongorina,
dedico este ensayo de divulgación.
A.R.
México, 1954.
  
Así, Reyes rendía homenaje y reconocimiento a la primacía del erudito español. La idea del Polifemo sin lágrimas había nacido, probablemente, como el intento de establecer un diálogo con el libro de Alonso, Góngora y el ‘Polifemo’: texto, estudio, versión en prosa, comentarios y notas, estrofa por estrofa, cuya primera edición apareció de manera simultánea al de Reyes en España, en 1961. Desde los años del tercer centenario de la muerte de Góngora, el filólogo español se había establecido como la autoridad máxima de la exegética gongorina. Reyes, en el fondo, lo sabe, y tiene que aceptar que, a pesar de sus contribuciones a la crítica -algunas de las que hemos estudiado en este ensayo-, sus páginas no igualarán las de su amigo y ‘maestro’ español. Así, en un postrero intento, Reyes quiere, de alguna forma, imitar los pasos de Alonso y contribuir, de una manera creativa, con la crítica gongorina. Pero, tal vez, su salud ya no se lo permitió. Aduciremos a otra razón, más profunda.
  
Notas
  
(26) Cit. en Parentalia de1957 (en Reyes 1990c: XXIV, 360).


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