domingo

ANGÉLICA SANTA OLAYA / EXCLUSIVO DESDE MÉXICO


GRAN CAMBALACHE DE SAÚL IBARGOYEN

Quiero comenzar agradeciendo a todos ustedes por acompañarnos esta noche y a la Casa del Poeta por brindarnos este espacio de expresión poética. Pero, sobre todo, quiero agradecer al querido maestro Saúl Ibargoyen que me haya conferido el honor de presentar este hermoso libro. Si de por sí es un honor acompañar, o ser acompañada, por mi maestro en estos gajes, en esta ocasión el gusto es mayor porque se trata de un doblemente hermoso libro. Lo digo por el contenido y por la forma. Gran Cambalache es una bella cajita de Pandora donde podemos encontrar la voz poética de Saúl Ibargoyen, inconfundible, rotunda e infatigable, como ya la conocemos; pero manifestándose, esta vez, en una diversidad de formas poéticas que sorprenden y emocionan en un solo libro. No me refiero sólo a los hallazgos tales como un poema a “¿Dos voces?” que es un diálogo poético de profundidad ontológica a la manera mayéutica de Sócrates donde la luz del autoconocimiento es producto del cuestionamiento y, aún dolorosamente, aparece a los ojos de la voz poética que decide no llorar. Tampoco aludo, sólo, a esos haikus que se manifiestan intempestivamente, como pequeñas y sabrosas gotas de agua, casi en la parte final del libro. Me refiero también a los reencuentros con algunos poemas ya clásicos y bien conocidos por nosotros, los que seguimos y apreciamos la prolífica obra del maestro Ibargoyen, como lo son “El escriba otra vez”, cauda resplandeciente de ese bello libro titulado “El escriba de pie”, que fue galardonado con el Premio Carlos Pellicer en el 2002; o el ya también, por él cantado, en diversos foros y momentos y que le da nombre a este libro: Gran Cambalache; homenaje de gran musicalidad dedicado al músico argentino Enrique Santos Discépolo.


Decía que Gran Cambalache es una admirable cajita de Pandora, y me refería también al soporte físico. Este libro es una joya no sólo por su contenido sino porque se trata de un libro maquilado, el término es correcto, como en el siglo XIX, 1887 para ser exactos, en una imprenta de tipos móviles donde cada letra es un paciente y meticuloso instante de tiempo que el formador deja en cada uno de estos libros como prueba de su, también, poético trabajo. El papel, la tinta roja, las letras que hablan al tacto de los dedos y al sentido de la vista ofreciendo sus pequeños canales y barrigas de papel son testimonio del tremendo cuidado y amor que este libro entraña. Texturas, colores, olores y detalles que delatan una acicalada elaboración que se convierte en delicia para el sibarita amante de la literatura.

El tango Cambalache fue escrito en 1934 y es un lamento que se vierte sobre los acontecimientos de la Argentina de entonces denominados la Década Infame, inaugurada y clausurada por dos golpes de estado, y durante la cual las condiciones político-económicas de la población fueron precarias debido a los pactos realizados con el Reino Unido que promovieron el desarrollo industrial y, con él, la migración de población campesina a las ciudades. Proceso también conocido en México más o menos en la misma época. Es así que el Cambalache fue escrito poco después de una dictadura, la de José Félix Uriburu, que dejó al país sumido en una gran depresión, y represión, económica y, obviamente, moral. Entre las represiones sufridas se encontraba la del lenguaje lunfardo y las expresiones populares que referían críticamente a la ya mencionada Década Infame. De modo que el tango Cambalche, fue censurado.

No es una casualidad que este libro se llame Gran Cambalache. Parte de la letra de este tango dice, proféticamente: “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé… en el quinientos seis y en el dos mil también… pero que el siglo veinte es un despliegue de maldá insolente ya no hay quien lo niegue, vivimos revolcados en un merengue…” Llegó el dos mil y estamos en el 2015 y el gran merengue continúa a todo lo que da, no sólo en México y Argentina, sino en todo el mundo, como bien lo cantaba Discépolo. “¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!... ¡Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón!”, dice la letra de este tango, y agregaríamos: Y hasta presidente o juez o presunto actor. Porque antes la actuación era parte de la política; ahora son, literalmente, lo mismo, aunque de pésima calidad y sin conocimiento del tema.

El Gran Cambalache de Saúl Ibargoyen comienza con una serie de definiciones de la palabra “cambalache”: Confusión, trueque de poco valor, mitote (esta me gusta mucho porque es muy mexicana y la aprendí desde que era una niña). Y otras más sofisticadas como: “coyuntura social no clasificable” o “mezcla híbrida de tendencias ideológicas o estéticas”, para aterrizar en “mamarracho cultural, político o religioso”. Es decir, un ecléctico, y nada inocente, desmadre. Justo como nuestras sociedades actuales. Ni más ni menos.

Así pues, este conmovedor y poético Gran Cambalache, se ocupa, también de los desmadres que el mundo vive actualmente. La temática no es de sorprender conociendo al poeta Ibargoyen, siempre preocupado por los temas sociales y el estado interior de los hombres que los propician o lo sufren. De este modo, encontramos en este libro poemas llenos de preguntas que no sólo son lamento sino también provocación al bien vivir, a la esperanza:

“¿Por qué descender llorando / el espacio que subimos a plena carcajada? / No dejemos que una sucia altura nos domine: / no que los fragmentos / del denso verano se deshagan / en una fiesta de tambores congelados: / no que las calles repletas de vientos amarillos / ya no se parezcan a las puertas del mundo: / no que las aguas de un gran río / ensanchen su negror de roncos esqueletos.”

¿Les suena a algo familiar? Pregunto para no faltar a la intención de la voz poética que afirma: “No siempre habrá preguntas que coincidan / con las respuestas nacientes de un negro silencio: / dijo una sencilla voz cuyo esqueleto / caía entre basurales profundos.” El poeta sabe que las preguntas son abismos en los que el hombre arriesga la cordura a cambio de un leve resplandor que guíe sus inciertos pasos. Pasamos la vida preguntándonos, extraviándonos, merodeando las verijas de la oscuridad donde habita la duda sólo para darnos cuenta de que “somos simples ausencias defenestradas y buscándose.” El libro, todo, en sus diversas posibilidades expresivas, es un gran cambalache de preguntas y respuestas que, no como un desmadre, sí como un diálogo, nos conduce de la mano de la poiesis del lenguaje por las veredas de la memoria colectiva e individual de nuestro desmadre material y espiritual.

“Lo que importa en la poesía no es la plasticidad en sí, sino la imagen plena de acaeceres, henchida de vibración”, dice Johannes Pfeiffer. Y la poesía de Saúl ibargoyen es precisamente imagen que vibra, a veces con rudeza, a veces con áspera ternura, al cobijo de la forma que es, más bien, el pretexto para que el Ser exprese las íntimas inquietudes del alma. Y esas inquietudes, en el caso del maestro, son casi siempre colectivas. Se ocupan del otro y de las cosas que sirven al otro, del paisaje en el que ese otro encuentra el espacio de su fenomenología intuitiva y cosmogónica. Ese espacio que, consciente o inconscientemente, se ha encargado de convertir en el patíbulo donde, día a día, sucede un “Suicidio Anunciado”, como se titula uno de los poemas más duros nadie ve el rostro de una mujer diluyéndose peligrosamente en las calles de una ciudad horrible donde caminar puede significar “buscar la tumba, en una vereda, acera o banqueta”, sin saberlo. Un poema, este, donde la única verticalidad posible es la del vestido que intenta sostener la desvencijada espalda de la mujer en la ventana del mundo que muestra a los vencidos, a los desvencijados.

Este poema me causa una gran impresión reflexiva pues los acontecimientos mundiales de los últimos tiempos me han llevado a pensar en un suicidio terráqueo globalizado. Porque una sociedad que violenta, tortura y asesina a sus mujeres, a sus niños y a sus ancianos, es una sociedad que se está suicidando. Sin mujeres y sin niños no hay futuro. Y sin ancianos no hay   memoria. ¿Qué quedará entonces? ¿Un ejército de robots que trabajan y repiten: “Sí señor. Si señor.”, esperando el momento de la muerte antes de la tercera edad para no causar más sangrías a los bolsillos de los patrones con sus improductivas y enfermas ancianidades?

Las ciudades son monstruos donde, hoy, todos somos extranjeros de la propia tierra, e incluso de nosotros mismos sumidos en el pasivo conformismo de la cierta incertidumbre que degüella la razón:

-¿Escuchas el combate del silencio / en el levantado aire de la cafetería?

-No, sólo puedo oír lo que tú no escuchas.

-¿No estoy aquí? ¿O existo como ausente?

-No te oigo. Ya te fuiste. Tu sombra en el suelo dejó una marca de café.

Sólo eres lo que en algún sitio / tu ausencia recuerda de ti mismo.


-Nada oigo. No importa. Sin pedir permiso / pasaré ahora al cuarto de aseo / y derrotado el pantalón / me sentaré en el retrete / y no lloraré.”

Este fragmento es parte del poema titulado: “¿Dos Voces?”

La poética del espacio, como diría Gaston Bachelard, de este “Gran Cambalache” es el mundo. No sólo Argentina, Uruguay, México, Palestina, Israel, o Egipto… De hecho, el espacio poético es el Ser que se cuestiona y nos cuestiona con “poemas fallidos” o “tangos fracasados”. Es ese plato donde esperan las uvas, ese camino que sueñan los huaraches, esa piedra en que se disfraza la tortuga, el árbol, los perros, la copa, el viento, la noche o la niña cuyas lágrimas “alguien de nosotros tendrá que cantar con toda su violencia” se convierten en el numen que posibilita la frágil palabra y su cauda de letras con que el escriba, otra vez, nos recuerda que “Quieren borrar el sudor de las naciones” y que nos pregunta si están cantando los cantores. Hay que estar atentos, porque cantar es el recurso y el arma del que no olvida. Del que se pone en pie, con sus dos voces y su cargamento de preguntas a cuestas y, pluma en mano, sencillamente canta, aunque sepa que “Siempre es difícil hablar como cantando.”

Las canciones de este Gran Cambalache están llenas de vibraciones que nacen y estallan en el otro quien, en su infinita multiplicidad, posibilita al yo. Lo universal, finalmente, será siempre lo particular, pero para llegar al sitio del encuentro hay que “caballear animaleando / entre células que agonizan / entre mojadas palabras y bostezos / entre anchas hojas que protegen / el roncar sagrado de la especie.”

No se pierdan de este libro que nos retorna al origen y nos invita a cantar el perfumado “vapor de la oscura transparencia.” De verdad, es un, muy, hermoso libro. Gracias Saúl, maestro, amigo, cantor, por permitirme presentarlo.

Coyoacán, julio, 2015

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