domingo

CON EL PIANISTA DIEGO COLLATTI EN VIENA


LA NARIZ DE CYRANO DE BERGERAC Y LA FE DE INDIANA JONES

por Hugo Giovanetti Viola

PRIMERA ENTREGA

Diego Collatti (Argentina, Rosario, 1976) estudia composición en la Universidad Nacional de su ciudad natal entre 1992 y 1998, y a partir de 2000 en la Universidad de música y arte dramático de Viena, donde reside actualmente.

En 2001 funda el ensamble Minimal Tango y realiza su primera grabación para la radio de Viena, ORF.

En 2003 el ensamble da un concierto trasmitido en vivo en la sala principal de la radio de Viena, y Collatti publica el libro World Music Argentina (Universal Edition).

En 2008 publica World Music Carlos Gardel Tango Violin Duets, recibe el Premio de reconocimiento otorgado por la ciudad de Viena y ofrece dos conciertos con el escritor austríaco Franzobel y con obras propias en el Alten Schmiede de Viena.

En 2009 se diploma en composición en la Universidad y compone por encargo una Suite argentina para la escuela de música de Brigittenau, que se estrena con su dirección en la sala Berio del Konzerthauses de Viena. Ese mismo año también estrena su Collage vienés en el centro cultural Arnold Schönberg y presenta el CD-Box Migrant Music Vienna.

Entre 2010 y 2012 estrena la obra Cacerolazos de la artista argentina Carla Degenhardt, Keep Going para la Nouvelle Cuisine Big Band y el quinteto de piano Claustrophobia en la Sala de Piedra del Musikverein de Viena.

Entre 2013 y 2015 se estrena Into the city en el Festival de Viena, así como Tres piezas para orquesta de cuerdas en la sala Mozart del Konzerthaus de Viena y A traum para el ensamble Reconsil, que es incluida en el CD Exploring the world, en tanto que  Minimal Tango vuelve a ofrecer un concierto trasmitido en vivo en la sala principal de ORF. En octubre, noviembre y diciembre Collatti presenta una obra de teatro musical en el Festival Jeunesse con más de treinta actuaciones en la sala Schönberg del Konzerthaus.
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¿Cuando viajaste a Viena ya te considerabas direccionado hacia la música tanguera?

Sí, pero no tanto.

¿Y cuándo surgió esa inmersión tan marcada que hoy te caracteriza tanto a nivel interpretativo como compositivo?

Mirá, a mí me cuesta pensar en términos tan cargados de solemnidad como los que usás vos. Lo que puedo decirte es que viví ese proceso como una cosa que se dio natural, paulatina y casi sin querer queriendo, como diría el Chavo. Lo cierto es que al llegar a Viena fui a parar casualmente a una casa de estudiantes donde vivía un violinista turco que era fanático a muerte del tango y ya en 2001formé un cuarteto junto con tres amigos. Estaba integrado por un acordeonista serbio, Milos Todorowsky, una violinista búlgara, Aya Georgieva, un contrabajista uruguayo, Felipe Medina, y yo en el piano. Y se llamaba Minimal Tango.

Yo los escuché por primera vez recién en febrero de este año, vía Internet. Y en ese extenso concierto radial noté influencias de tres minimalismos claves en el tango argentino: los de Pugliese, Salgán y Piazzolla. Pero también se capta una vuelta de tuerca muy personal que incluye dosis muy medidas de un atonalismo que no bloquea lo que podríamos definir como llegada popular.

Bueno, ojalá sea así. Porque además acabás de citar a tres figuras fundamentales en las que siempre me pareció reconocer una tendencia al minimalismo, tanto en La yumba como en A fuego lento o en Libertango. Claro que lo primero que hice en el terreno tanguero fue arreglar clásicos. La composición empezó a darse lentamente, hasta que creció más y más.

¿Y en este momento qué lugar ocupa en tu vida musical el tango? ¿Lo considerás una actividad primordial?

Yo diría que para mí el tango es como una protuberancia del cuerpo de la que no me avergüenzo: mi nariz de Cyrano.

Pero reconozcamos que esa actitud se inscribe en la insolencia del vaudeville popular mozartiano. ¿Te costó mucho zafar del enchalecamiento estándar que propone una carrera universitaria?

A mí en la universidad me decían Mister Tango. Y repito que no me avergüenzo de que la protuberancia insolente esté tan expuesta al mundo. He intentado ignorarla varias veces y lo he conseguido: he compuesto y sigo componiendo música no emparentada con el tango. Pero termino volviendo a él como se vuelve a casa. Ahora creo que alcancé la madurez para poder y querer hacer reír a mi público, y como por suerte el ideal de vida que pretendía fracasó rotundamente, me es posible generar una risa balsámica. Aceptar acomodarme en un lugar prefijado, por otra parte, no dejaba de ser una forma afectuosa de tomarme el pelo.

Lo que significa, en términos junguianos, la resignificación del fracaso de la personalidad. ¿Qué pensás de las irreverentes Ocho estaciones que inventó Gidon Kremer?

Es posible que esa propuesta de Gidon Kremer me haya tocado, aunque para bien y para mal. Porque si bien me gustaron el enfoque propio y la pulcritud del sonido, otras cosas me molestaron porque las consideré como una traición a la idea que yo tenía del tango. Claro que después me di cuenta que Kremer tiene que ser Kremer, así como mi música la tengo que escribir y nadie más que yo. Nota por nota.

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