viernes

ARTURO DÁVILA -´EL NEOBARROCO SIN LÁGRIMAS (10)



¿Cómo se pueden rescatar los libros de Reyes, sus artículos, a pesar de ser tan eclécticos, tan desperdigados, a pesar de que su visión del mundo es elitista y hegemónica, alejada de lo “ismos” del siglo XX, y cómo se le puede retomar desde el neobarroco? Acaso Octavio Paz encontró la respuesta cuando sugiere que Reyes llevó la anécdota a ser un género literario. Hemos mencionado la referente a Gerardo Diego y su “lectura disparatada” del verso gongorino “la playa azul de la persona mía”, que resuena en la memoria y ejemplifica, de paso, la estética creacionista del poeta español y de su amigo chileno, Vicente Huidobro. Recordemos otra anécdota -más personal- para ilustrar esta idea y explicarnos porqué la prosa de Reyes, como el gato tirado desde la azotea, casi siempre cae “parada” y se levanta, es decir, resiste, al menos estilísticamente. Redactaba el Polifemo sin lágrimas, versión en prosa de la fábula gongorina, cando cayó fulminado por un grave infarto en la coronaria, en agosto de 1951. Obsesionado por escribir su vida, “documentarla”, cuenta este episodio en “Cuando creí morir”, ensayo-meditación que narra su enfermedad y convalecencia. “Durante los primeros días y bajo el uso de los hipnóticos y en un perpetuo duermevela, yo creía estar escribiendo, sin distinguir bien entre el sueño y la vigilia, y despertaba muy poco a poco. Seguía prendido a Góngora y Góngora me llevó de la mano por el túnel de la inconciencia” (XXIV: 130). Es interesante notar que Reyes, quien siempre se mantuvo al margen del surrealismo y de cualquier intento de vanguardia o escritura automática, de repente se ve, bajo el influjo de sedantes y fármacos, abriendo las puertas del inconsciente, y el portero es precisamente Góngora:

Por allá, en el “trasmundo”, yo sé bien cómo sucedieron las cosas. Los médicos me administraron hipnóticos. En mis sueños se revolvían las imágenes de la poesía gongorina, a cuyo estudio estaba yo consagrado por los días en que caí enfermo. De modo que todo era pluma, miel, cristal, oro, nieve, mármol, armonías en blanco y rojo. El doctor Chávez solía decir, humorísticamente a quien le pedía nuevas de mi salud: “No puedo saber cómo se encuentra. Cuando lo interrogo, me contesta recitándome pasajes de Góngora.” (131)

Y, a pesar de la anécdota personal y autorreferencial, que gira alrededor de su enfermedad, Reyes logra, de nuevo, arrancar una sonrisa al lector y recuperar a Góngora aun en la descripción de sus sueños. Sorprende, además, leer que cuarenta años antes, en su ensayo juvenil de 1911, ya anunciaba que la estética de Góngora se resumía en aquel célebre endecasílabo:

¡Goza, goza el color, la luz, el oro!

y ensalzaba los versos en que la sensualidad culterana se anteponía al pensamiento conceptista a través de nieve, cristal, miel, mármol y suntuosidades de colores como el mármol y el rojo, “puesto que posee la alta libertad del lirismo que liberta el alma, arrancándola a las durezas del raciocinio y de las pesadas dialécticas” (I: 74). Y esta obsesión por el detalle, por el fragmento, esa atracción casi obsesiva por documentar las cosas más nimias y casi microscópicas, son lo que liga a Reyes con las ideas estéticas de Góngora y, como veremos, con las de otro gran detallista; Mallarmé. Y así como el cordobés concentraba su lírica en los labios de una amante, “La dulce boca que a gustar convida…”, o en una dama que, quitándose una sortija, se pico con un alfiler, “Prisión del nácar era articulado…”, o en otra dama muy blanca, vestida de verde, “Cisne gentil, después que crespo el vado / dejó…”; y, siglos después, el simbolista francés describía el movimiento del abanico de su esposa, “Avec comme pur langage…”, o sus propios labios que se posaban en una copa para brindar, “Rien, cette écume, vierge vers…”, o el humo del cigarro, “Toute l’âme resumée”, estos poemas que ven al sujeto con lente de microscopio, que ensalzan el fragmento que reverbera, el detalle que se desvanece, la porción que huye, unen a sus creadores con Reyes quien, al dejar el Hospital de Cardiología, escribe sobre su estado cardíaco “por mera ociosidad…, al caer de la pluma, estos versos ramplones”:

Antes de la trombosis, a lo que yo recuerdo
Jamás he padecido tan rara sensación:
hoy, algo sobra o falta por el costado izquierdo,
y llevo como a cuestas mi propio corazón. (XXIV: 132)

Y, si estos alejandrinos tiene algo de “ramplón” y carecen de la calidad de sus poetas predilectos, poseen un último verso brillante, que sintetiza lo que fueron los infartos -golpes al corazón para Reyes-, su lenta y añosa convalecencia, y que registra, también, su lucidez para enfrentar la vejez enfermiza, ese “llevo a cuestas mi propio corazón”, como preludio “para ir ensayando a la callada el largo sueño que me espera” (145).

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+