jueves

ARTURO DÁVILA -´EL NEOBARROCO SIN LÁGRIMAS (9)


Pero, ¿cuál es la relación de Alfonso Reyes con el barroco?, ¿cómo lo podríamos incrustar en esta discusión? Habría que pensar que la aventura estética de Reyes siempre tuvo la semilla de lo barroco -acaso de manera latente e inconsciente-, lo cual lo llevó a dejar una obra en cierta manera inacabada y amorfa, abierta y fragmentaria, a la vez que presenta “resonancias” con las definiciones más recientes de la teoría literaria del neobarroco. Hay, en sus interpretaciones gongorinas, ciertos ecos y parecidos que son válidos todavía.

Góngora fue tema recurrente en su obra. Cuestiones estéticas (1911), su primer y “precoz libro”, contenía el ensayo “Sobre la estética de Góngora”, cuyas páginas, según señala José Luis Martínez, “son precursoras del movimiento de revalorización gongorina” (11) que culminó en 1927. En este incipiente ensayo, Reyes ya reconocía en Góngora “la fuerza sensorial (…) las virtudes del ritmo y de la plástica” (I, 74) así como esa tendencia -¿obsesión?- por “huir hasta los nombres de los objetos y de envolverlos en perífrasis (…) por ir caminando sobre las puras cualidades de color y sonoridad que tienen las cosas.” (74) Años más tarde, Dámaso Alonso analizó en detalle estas características de la “alusión” y la “elusión” en la poesía del cordobés. Pero quizás la intuición más generosa del estudio de Reyes radica en reconocer que, lo que se consideraban “defectos” en el Polifemo y las Soledades, “son remate y término natural de las virtudes que ya desde antes empezaban a desarrollarse en el poeta, y no desviación ni contradicción, sino superación, manifestaciones de una facultad exacerbada y ya torrencial.” (80) Esta sugerencia de la continuidad dentro de la poética en Góngora (gradación la llamará Dámaso Alonso), abría nuevos caminos de exégesis, e intentaba superar el binomio tradicional del “ángel de luz” y “ángel de las tinieblas”, con que se etiquetaba el dilema de la brillantez y dificultad gongorina. (23)

Reyes pasó casi diez años de exilio en España (1914-1924), en los que colaboró con Ramón Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, y trabó amistad con autores de la generación del 98: Juan Ramón Jiménez, Eugenio D’Ors y Ortega y Gasset, entre otros, así como también acudió a las tertulias del Pombo, dirigidas por Ramón Gómez de la Serna. Conoció, también, a algunos de los jóvenes que formarían la generación del 27: Gerardo Diego, José Bergamín, y el no tan joven José Moreno Villa, amigos que conservó a lo largo de su vida. Cuestiones gongorianas (publicado originalmente en 1927), libro con el que contribuyó al llamado de Gerardo Diego para celebrar el tercer centenario del cordobés, reúne sus escritos de casi dos décadas y constata que Reyes buscaba afanosamente dar luz al poeta que se había encajonado en la oscuridad por más de dos siglos. Un examen minucioso de este libro de Reyes nos revela algo singular, y es que su configuración es miscelánea: es decir, poliforme. A pesar de que se trata de una fusión de artículos eruditos y académicos en la forma, su contenido es abierto: hallamos correcciones a las “corrupciones y alteraciones” de algún texto del poeta, recomendaciones para la depuración de sus obras, contribuciones a la obra del cordobés, ensayos sobre los estudios gongorinos más recientes, análisis y comentarios a “los comentaristas” de Góngora, un elogio de la primera traducción del Polifemo al francés por parte de Marius André, un estudio-prólogo que acompañó la edición de la fábula del gigante por el mismo Reyes “donde se ha modernizado la ortografía y se ha aclarado la puntuación para uso del lector moderno (VII: 156), y un ensayo sobre las similitudes entre Góngora y Mallarmé. Descubrimos que en el naufragio ecléctico de sus múltiples intereses literarios y sus afanosas tareas diplomáticas, Reyes documenta puntualmente los fragmentos y pedazos y les procura dar cierto orden de continuidad que, sin embargo, no siempre es premeditado. Su libro sobre Góngora -como lo será el de Mallarmé y el de Goethe, otros dos escritores que lo acompañaron toda su vida- se va armando de manera azarosa y libre, es decir, como una obra abierta -según la distinción de Umberto Eco- y, bien mirado, con un orden desordenado, sin las puntualidades de la academia. Reyes se desperdigaba, se interesaba por múltiples temas y los tocaba desde diferentes ángulos, y después lo reunía siguiendo leimotives y armando libros que, en realidad, funcionan por la filigrana de un estilo que reverbera. ¿Filigrana?: si, “detalle y fragmento”, dos de los principios que recupera hoy la estética neobarroca, según señala Omar Calabrese (“Neobarroco”: 75-76). Exquisitez en el tejido de la prosa y la lucidez instantánea de una página, una cita, una anécdota pasajera que se no se olvida, aunque nunca obra total y redonda.


Notas

(23) Francisco Cascales, crítico del siglo XVII, atacó a Góngora diciendo que “el príncipe de la luz” se había convertido en “príncipe de las tinieblas”. Dámaso Alonso aclara: “Menéndez y Pelayo, quien probablemente citaba de memoria, atribuye a Cascales las expresiones “ángel de luz” y “ángel de tinieblas”, que son las que se han divulgado” (98).

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