miércoles

MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS - CLARISSA PINKOLA ESTÉS



NONAGESIMONOVENA ENTREGA
CAPÍTULO 10


El agua clara: El alimento de la vida creativa (4)

La concentración y la fábrica de fantasías

En Estados Unidos, el cuento de "La vendedora de fósforos" se conoce sobre todo en la versión de Hans Christian Andersen. En esencia describe cómo son la falta de alimento y la falta de concentración y a qué conducen ambas cosas. Se trata de una narración muy antigua que se cuenta en todo el mundo con distintas variaciones; a veces es un hombre que quema el último carbón que le queda mientras sueña con el pasado. En algunas versiones el símbolo de las cerillas se cambia por otra cosa, como, por ejemplo, en "El pequeño vendedor de flores" que gira en torno a un hombre con el corazón destrozado que contempla las corolas de las últimas flores que le quedan y es arrebatado de esta vida.

Aunque ante la superficial versión del cuento algunos puedan decir que son historias sensibleras en el sentido de que contienen una excesiva "dulzura" emocional, sería un error no tomárselas en serio. En realidad, los cuentos son básicamente unas profundas expresiones de una psique negativamente hipnotizada hasta el extremo de provocar la "muerte" espiritual de la vibrante vida real (17).

Esta versión de "La vendedora de fósforos" me la contó mí tía Katerina que se trasladó a vivir a Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Durante la guerra, su sencilla aldea fue invadida y ocupada tres veces por tres ejércitos enemigos distintos.

Siempre empezaba el cuento diciendo que los sueños suaves en circunstancias difíciles no son buenos y que en los tiempos duros tenemos que tener sueños duros, verdaderos sueños, de esos que, si trabajamos con diligencia y nos bebemos la leche a la salud de la Virgen, se hacen realidad.
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La vendedora de fósforos
                                                    

Había una niña que no tenía madre ni padre y que vivía en la espesura del bosque. Había una aldea en el lindero del bosque y ella había averiguado que allí podía comprar fósforos a medio penique y después venderlos por la calle a un penique.

Si vendía suficientes fósforos, podía comprarse un mendrugo de pan, regresar a su cobertizo del bosque y dormir vestida con toda la ropa que tenía. Vino el invierno y hacía mucho frío. La niña no tenía zapatos y su abrigo era tan fino que parecía transparente. Sus pies ya habían rebasado el color azul y se habían vuelto de color blanco, lo mismo que los dedos de las manos y la punta de la nariz.

La niña vagaba por las calles y preguntaba a los desconocidos si por favor le querían comprar cerillas. Pero nadie se detenía ni le prestaba la menor atención. Por consiguiente, una noche se sentó diciendo: "Tengo cerillas, puedo encender fuego y calentarme." Pero no tenía leña. Aun así, decidió encender las cerillas.

Mientras permanecía allí sentada con las piernas estiradas, encendió el primer fósforo. Al hacerlo, tuvo la sensación de que la nieve y el frío desaparecían por completo. En lugar de los remolinos de nieve, la niña vio una preciosa estancia con una gran estufa verde de cerámica y una puerta de hierro adornada. La estufa irradiaba tanto calor que el aire parecía ondularse. La niña se acurrucó junto a la estufa y se sintió de maravilla.

Pero, de repente, la estufa se apagó y la niña se encontró de nuevo sentada en medio de la nieve. Temblaba tanto que los huesos de la cara le crujían. Entonces encendió la segunda cerilla y la luz se derramó sobre el muro del edificio junto al cual estaba sentada, y ella lo pudo atravesar con la mirada. En la habitación del otro lado de la pared había una mesa cubierta con un mantel más blanco que la nieve y sobre la mesa había platos de porcelana de purísimo color blanco y en una fuente había un pato recién guisado, pero justo cuando ella estaba alargando la mano hacia aquellos manjares, la visión se esfumó.

La niña se encontró de nuevo en la nieve. Pero ahora las rodillas y los labios ya no le dolían. Ahora el frío le escocía y se estaba abriendo camino por sus brazos y su tronco, por lo que ella decidió encender la tercera cerilla.

A la luz de la tercera cerilla vio un precioso árbol de Navidad, bellamente adornado con velas blancas, cintas de encaje y hermosos objetos de cristal y miles y miles de puntitos de luz que ella no podía distinguir con claridad.

Y entonces contempló el tronco de aquel gigantesco árbol que subía cada vez más alto y se extendía hacia el techo hasta que se convirtió en las estrellas del firmamento sobre su cabeza y, de pronto, una fulgurante estrella cruzó el cielo y ella recordó que su madre le había dicho que, cuando moría un alma, caía una estrella.

Como llovida del cielo se le apareció su amable y cariñosa abuela y ella se llenó de alegría al verla. La abuela tomó su delantal y la rodeó con él, la estrechó con fuerza contra sí y ella se puso muy contenta.

Pero poco después la abuela empezó a esfumarse. Y la niña fue encendiendo un fósforo tras otro para conservar a su abuela a su lado, un fósforo y otro y otro para no perder a su abuela hasta que, al final, la niña y su abuela ascendieron juntas al cielo, donde no hacía frío y no se pasaba hambre ni se sufría dolor.

Y, a la mañana siguiente, encontraron a la niña muerta, inmóvil entre las casas.
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La represión de la fantasía creativa (1)

La niña vive en un ambiente de indiferencia. Si tú te encuentras en uno como éste, vete. La niña está en un ambiente en el que no se valora lo que ella tiene, unas llamitas en lo alto de unos palitos, el principio de cualquier posibilidad creativa. Si tú te encuentras en este apuro, da media vuelta y aléjate. La niña se encuentra en una situación psíquica en la que se le ofrecen muy pocas alternativas. Se ha resignado a permanecer en el "lugar" que le ha tocado en suerte. Si a ti te ha ocurrido lo mismo, no te resignes y vete, soltando coces. Cuando la Mujer Salvaje se siente acorralada, no se rinde sino que se arroja hacia delante y extiende las garras para luchar.

¿Qué tiene que hacer la vendedora de fósforos? Si tuviera los instintos intactos, se le ofrecerían muchas alternativas: irse a otra ciudad, subirse subrepticiamente a un carro, esconderse en una carbonera... La Mujer Salvaje sabría lo que tendría que hacer a continuación. Pero la pequeña vendedora ya no conoce a la Mujer Salvaje. La niñita salvaje se muere de frío y lo único que le queda es una persona vagando sin rumbo como hipnotizada.

El hecho de estar con personas reales que nos confortan, nos apoyan y ensalzan nuestra creatividad es esencial para la corriente de la vida creativa. De lo contrario, nos morimos de frío. El alimento es un coro de voces tanto interiores como exteriores que observa el estado del ser de una mujer, se encarga de darle aliento y, en caso necesario, también lo consuela.

No sé muy bien cuántos amigos se necesitan, pero está claro que por lo menos uno o dos que nos digan que nuestro don, cualquiera que éste sea, es pan del cielo. Toda mujer tiene derecho a disfrutar de un coro de alabanzas. Cuando las mujeres se quedan solas en medio del frío tienden a vivir de fantasías en lugar de emprender una acción. La fantasía de este tipo es la gran anestesiadora de las mujeres. Conozco a mujeres dotadas de unas voces bellísimas y a otras que son unas extraordinarias narradoras de cuentos; casi todo lo que sale de sus bocas posee lozanía y está elegantemente cincelado. Pero ellas se sienten en cierto modo aisladas o privadas de sus derechos. Su timidez constituye a menudo la tapadera de un animus medio muerto de hambre. Les cuesta comprender que cuentan con el apoyo interior o con el de los amigos, la familia o la comunidad.

Para evitar ser la vendedora de fósforos, se tiene que emprender una acción importante. Cualquier persona que no apoye tu arte o tu vida no merece que tú le dediques tiempo. Muy duro pero cierto. De otro modo, la mujer pasa directamente a vestir los andrajos de la niña de las cerillas y se ve obligada a vivir una cuarta parte de su vida que congela todos sus pensamientos, su esperanza, sus cualidades, escritos, obras teatrales, diseños o danzas.

El calor tendría que ser el principal objetivo de la vendedora de fósforos. Pero en el cuento no lo es. En su lugar la niña intenta vender las cerillas, su fuente de calor. Al hacerlo así, deja lo femenino con menos calor, menos riqueza y menos sabiduría y sin posibilidad de ulterior desarrollo.

El calor es un misterio. En cierto modo nos sana y nos engendra. Es el relajador de las cosas demasiado tensas, favorece la corriente, la misteriosa ansia de ser, el virginal vuelo de las nuevas ideas. Cualquier cosa que sea, el calor nos atrae cada vez más.

La niña de las cerillas no está en un ambiente propicio para su crecimiento. No hay calor, no hay combustible, no hay leña. ¿Qué podríamos hacer si estuviéramos en su lugar? Primero, podríamos abstenernos de perder el tiempo con el reino de la fantasía que la niña de las cerillas construye encendiendo sus fósforos.


Notas

(17) En mis investigaciones he descubierto algún indicio de que algo muy parecido a este cuento puede ser una variación de las antiguas narraciones del solsticio de invierno en las que lo gastado muere y renace en otra forma más vibrante.

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