lunes

LA RUEDA DE LA VIDA - ELIZABETH KÜBLER-ROSS



QUINCUAGESIMONOVENA ENTREGA

TERCERA PARTE
                                                                                              

"EL BÚFALO".
                                            

31. MI CONCIENCIA CÓSMICA. (3)


Repentinamente, pasar por esa terrible prueba se convirtió en cuestión de fe, como ocurre con  la vida misma.

Fe en Dios, fe en que jamás El enviaría a nadie algo que no fuera capaz de soportar.

Fe en mí misma, fe en que sería capaz de soportar cualquier cosa que Dios me enviara, que por doloroso y angustioso que fuera, yo sería capaz de pasar por ello.

Tuve la pasmosa sensación de que alguien estaba esperando que dijera algo, que dijera "Sí". Entonces comprendí que lo único que se me pedía, era que dijera "Sí" a eso.

Mis pensamientos volaban. ¿A qué tenía que decir sí? ¿A más angustia? ¿A más dolor? ¿A más sufrimiento sin asistencia?

Fuera lo que fuese, nada podía ser peor que lo que ya había soportado; y continuaba allí, viva, ¿verdad? ¿Otras cien muertes? ¿Otras mil? Importaba poco. Tarde o temprano eso acabaría. Además, el dolor ya era tan intenso que no lo sentía. Estaba más allá del dolor.

-;Sí! -grité-. ¡Sí!

Al instante todo se quedó inmóvil y todo el dolor, angustia y ahogo desaparecieron. Casi totalmente despierta, vi que fuera estaba oscuro. Hice una respiración profunda, la primera completa durante un período de tiempo imposible de precisar, y una vez más miré la noche oscura a través de la ventana. Acostada de espaldas, me relajé, inspiré de nuevo, y entonces comencé a notar algunas cosas peculiares. Lo primero que observé fue que mi abdomen, muy bien delineado pero independiente de los músculos, empezaba a vibrar a una velocidad cada vez más vertiginosa, lo que me indujo a exclamar: "¡Esto no puede ser!"

Pero era, y cuanto más observaba mi cuerpo echado en la cama, más me sorprendía. Cualquier parte del cuerpo que me mirara empezaba a vibrar a esa misma y fantástica velocidad. Las vibraciones lo descomponían todo hasta su estructura más básica, de modo que al mirar cada parte, mis ojos se deleitaban contemplando los miles de millones de moléculas danzantes.

En ese momento comprendí que había salido de mi cuerpo físico y estaba convertida en energía. De pronto vi ante mí muchísimas flores de loto de una belleza increíble. Esas flores se fueron abriendo lentamente, sus colores cada vez más vivos y preciosos, convirtiéndose poco a poco en una sola y enorme flor. Detrás de la flor vi una luz cuya claridad superaba cualquier otra claridad, y que era totalmente etérea; era la misma luz que todos mis pacientes decían haber visto.

Sabía que tenía que pasar por esa flor y fundirme con la luz; esa luz maravillosa me atraía con una fuerza magnética, produciéndome la sensación de que mi fusión con ella sería el fin de un viaje largo y difícil. Sin ninguna prisa, y gracias a mi curiosidad, me solacé en la paz, belleza y serenidad del mundo vibrante. Lo sorprendente es que todavía tenía conciencia de estar en la Casa del Buho, lejos de toda comunicación con otros seres humanos, y todo aquello donde se posaban mis ojos vibraba, las paredes, el techo de la habitación, las ventanas, los árboles del extenor.

Mi visión se expandió, abarcando kilómetros y kilómetros, permitiéndome verlo todo, desde un tallo de hierba a una puerta de madera, en su estructura molecular natural, en sus vibraciones. Con inmensa reverencia y respeto observé que todo tiene vida, divinidad. Mientras tanto, continuaba avanzando por la flor en dirección a la luz. Finalmente me fusioné con ella, me hice una con el calor y el amor. Un millón de orgasmos eternos no bastan para describir la sensación de amor, de bienestar y cariñosa acogida que experimenté. Entonces oí dos voces. La primera fue la mía, que dijo: "Soy aceptable para Él." La segunda voz, que venía de otra parte y que para mí fue un misterio, dijo: "Shanti Nilaya."

Esa noche, antes de quedarme dormida, supe que despertaría antes de la salida del sol, me pondría unas sandalias Birkenstock y una túnica que hacía semanas llevaba en la maleta pero no me había puesto nunca. Esa túnica, tejida a mano, la había comprado en el muelle de pescadores de San Francisco; cuando la vi tuve la impresión de haberla usado anteriormente, tal vez en otra vida, así que comprarla fue para mí algo así como recuperarla.

A la mañana siguiente todo ocurrió como lo había imaginado. Cuando iba por el sendero hacia la casa de Monroe, continué viendo vibrar todas las cosas en su estructura molecular, las hojas, las mariposas y las piedras. Fue la sensación de éxtasis más maravillosa que un ser humano puede experimentar. Me sentía tan invadida por un respeto reverencial hacia todo lo que me rodeaba, y de amor por todo lo que vive que, como cuando Jesús caminó por encima del agua, caminé por encima de las piedrecillas del camino tan inmersa en mi estado de felicidad que les decía: "No debo pisaros, no debo haceros daño."

Poco a poco, a lo largo de varios días, fue disminuyendo ese estado de gracia. Me resultó muy difícil volver a los quehaceres cotidianos y conducir el coche, cosas que me parecían triviales después de esa experiencia. Muy pronto me dirían el significado de Shanti Nilaya y también que toda esa experiencia tenía por finalidad darme la Conciencia Cósmica, es decir, la conciencia de la vida que hay en todos los seres vivos. Hasta ahí, todo bien. ¿Pero qué más? ¿Tendría que pasar por otra separación dolorosa prácticamente sin ayuda de ningún ser humano hasta que encontrara mis propias respuestas y un nuevo comienzo?

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