miércoles

EL PODER Y LA GLORIA - GRAHAM GREENE


QUINCUAGESIMOTERCERA ENTREGA
                           
TERCERA PARTE


I (6)

Un grupito de indios pasó ante la verja; criaturas menudas y nudosas de la edad de piedra; los hombres con blusas cortas caminaban apoyados en largas pértigas; las mujeres con trenzas negras y caras curtidas portaban los chiquillos sobre la espalda.

-Los indios se han enterado de que usted está aquí -comentó miss Lehr-. No me sorprendería que hubiesen andado cincuenta millas...


Se detuvieron en la verja y observaron al cura. Cuando él los miró se arrodillaron persignándose con un complicado y extraño mosaico de toques en la nariz, barbilla y orejas.

-Mi hermano se enfada mucho -añadió miss Lehr- cuando ve que alguien se dirige de rodillas a un cura, ¡pero yo no le veo ningún mal!

Tras la esquina de la casa piafaban las muías; el guía las había sacado para darles maíz. Eran de lento comer; había que darles mucho tiempo. Llegó el momento de marcharse a decir la misa.

Respiraba el olor de la madrugada; el mundo todavía estaba fresco y verde, y en el pueblo, por debajo de las praderas, ladraban unos perros. El despertador seguía su tictac en manos de miss Lehr. Dijo el cura:

-He de irme ahora.

Sentía una extraña desazón al dejar a la mujer, a la casa y al hermano dormido en el cuarto interior. Sentía por ellos una mezcla de ternura y de confianza. Cuando un hombre despierta después de una operación peligrosa, confiere un valor especial a la primera cara que ve al disiparse el anestésico.

No tenía ornamentos, pero las misas en aquel pueblo se acercaban más a los tiempos de la antigua parroquia que ninguna de las que conociera en los últimos ocho años. No había miedo a interrupciones ni consumación atropellada del pan y del vino al aproximarse la policía. Hasta hubo una piedra de altar traída de la clausurada iglesia. Mas a causa del mismo sosiego se percataba mejor de su pecado al preparar los elementos: “La participación de vuestro Cuerpo, oh Señor Jesucristo, que yo indigno me atrevo a recibir, no sea para mí motivo de juicio y condenación”. Un hombre virtuoso puede casi dejar de creer en el infierno; pero él lo llevaba consigo. A veces, de noche, soñaba con ello. Domine non sum dignus... Domine non sum dignus... El mal corría por sus venas como el paludismo.

“...y vimos su gloria, la gloria del Unigénito Hijo del Padre, lleno de gracia y verdad.” La misa había terminado. “En tres días -decía para sí- estaré en Las Casas. Estaré confesado y absuelto.” Y el pensamiento de la niña sobre el montón de basura volvió a él automáticamente, con amor doloroso. ¿Qué utilidad tiene la confesión cuando uno ama al producto de su crimen?

La gente se arrodilló cuando él salió del granero. Vio al grupito de indios; las mujeres cuyos hijos bautizara; Pedro, el caminero, estaba allí también, arrodillado con la cara sepultada entre sus rollizas manos, con un rosario colgando entre los dedos. Parecía un buen hombre. Tal vez lo era. Tal vez, pensaba el cura, he perdido la facultad de juzgar. Tal vez la mujer de la cárcel era la mejor persona que había allí. Un caballo relinchaba en la mañana tempranera atado a un árbol, y toda la frescura matinal entraba por la puerta abierta. Dos hombres aguardaban al lado de las muías: el guía, que ajustaba un estribo, y además, rascándose debajo del sobaco, esperando su llegada con sonrisa vacilante y temerosa, estaba el mestizo. Era como un dolorcito que le recuerda a uno su enfermedad, o acaso como el recuerdo inesperado que prueba que el amor no ha muerto a pesar de todo.

-Bien -dijo el cura-, no le esperaba a usted aquí.

-No, Padre, por supuesto que no. Se rascaba y sonreía.

-¿Ha traído usted los soldados consigo?

-Qué cosas dice usted. Padre -protestó con risa desagradable.

Detrás de él, más allá del corral y a través de una puerta abierta, el cura veía a miss Lehr arreglando sus emparedados; se había vestido, pero aún llevaba puesta la redecilla en el pelo. Envolvía con cuidado los emparedados en papel refractario a la grasa, y sus ademanes sosegados tenían un curioso aspecto de irrealidad. Lo real era el mestizo. Le preguntó:

-¿Cuál es su truco ahora?

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+